top of page
YAIZA GLEZ
“Cuando quería desmontarlo todo” / Texto realizado en junio de 2021 en el marco de la convocatoria de pensamiento y escritura Gravedad13 de Galaxxia
Cuando quería desmontarlo todo. Desplazando lo laboral del núcleo de mi vida y expulsando el concepto de familia tradicional de mi día a día, ¿qué me quedaba?
Nos creemos muy revolucionarias.
O al menos yo me creí muy revolucionaria.
Me creí muy revolucionaria cuando identifiqué todos y cada uno de los puntos en los que quería diferenciarme de mi madre. De mi familia.
Me creí muy revolucionaria cuando quise salir de mi barrio. Cuando descubrí el feminismo. Cuando leí aquello de “dinamitar el concepto de familia” y me sonó estupendamente.
La primera vez que abrí Internet Explorer dispuesta a encontrar personas con las que compartir cosas que en ese momento me interesaban, me creí muy revolucionaria.
Las encontré. A esas personas. Y a través de lo digital empecé también a encontrarme a mí misma. Huyendo de un hogar físico, uno impuesto, real y a veces doloroso (como todo lo real). Habitando así espacios distintos para explorar. Para crecer, desarrollar y crearme. Una suerte de contrapunto al miedo al rechazo que surge de lo inevitable de ser percibida y no controlar el cómo.
Aunque parece que esté hablando de una especie de distopía virtual 3.0, nunca he querido vivir fuera de la realidad material y no creo que sea posible hacerlo. En mi segundo año de bachillerato, mi profesor de Física nos preguntó si cambiaríamos la vida consciente, con todas sus emociones incluidas, por una especie de “suero de la felicidad” y una cama. Para siempre. Yo soy una intensa y aunque me cuesta despertarme tampoco me encanta dormir. Entonces en ese momento me puse muy seria y pensé que mi profesor hablaba de alcoholismo. Cuando leí a Huxley le recordé y pensé que hablaba del SOMA . Años después volví a evocar la historia leyendo Ready Player One y después viendo San Junipero. Supongo que las semejanzas y las diferencias entre la felicidad y la muerte nos obsesionan tanto que no podemos parar de hablar de ellas a través de diferentes formatos.
Pero no, no hablo de eso. Hablo de lo digital en simbiosis con la realidad material. Como escuché decir a @tatianapoggi y @martasicre, la virtualidad como “una forma inherente de habitar la contemporaneidad”. Lo digital como agente facilitador de espacios de encuentro y reconocimiento con tus semejantes. O, perfilando un poco más, con tus diferentes. Porque cuando eres o has creído que eres o te han hecho creer que eres diferente, nada alivia más que descubrir que hay otres diferentes como tú. Lo que algunos dicen deriva en trampa, otres lo tomamos como pilar de nuestra supervivencia.
Así entendí que no todo gira ya en torno a la calle, que el espacio público tiene ahora varios núcleos. En términos astrológicos digamos que necesitamos ver la carta astral completa. Necesitamos analizar la posición de todos los planetas. Porque independientemente de su tamaño, tanto Saturno como Marte forman parte del sistema y ambos tienen satélites.
¿Lo que ocurre en el supermercado es más importante que lo que ocurre en televisión? ¿Somos más nosotras mismas en los bares o mientras hacemos un directo? Ni mi edificio ni el de ANHQV son un reflejo riguroso de la sociedad, pero mi timeline de twitter tampoco. Todo gira, no sé. Pasan cosas en un planeta u otro, pero las jerarquías de lo prescindible son una creación humana, no siempre son claras y pueden depender del objetivo que se tenga.
La movida, y sobre esto me apetecía venir a pensar aquí, ocurre cuando nos roban un planeta. Un poco como ocurrió con Plutón en 2006. No es que desapareciese del todo, pero cambió de etiqueta. Había que pasar el duelo y adaptarse. Supongo.
El espacio que habitaba se redujo drásticamente. Ya no tenía la calle. Y en la calle, por un tiempo, ya no tendría a mis amigas. Mi sistema sufrió una pérdida. ¿Hasta cuándo?
Mi psicóloga me explicó una vez que cuando perdemos algo importante, a veces actuamos como una mesa de cuatro patas que ha perdido una de ellas pero quiere seguir estando de pie. Ahora depende más que antes de las tres patas que le quedan, así que empieza a mirarlas con lupa. Analiza si tienen grietecillas, si están fuertes o les falta envergadura. La verdad es que no sé cómo actuaron los satélites, el Sol y el resto de los planetas cuando Plutón dejó de ser uno de ellos. Yo soy mucho de actuar como esa mesa.
Así que me obsesioné con ciertas cosas. Pensé mucho en los espacios que habitaba. En las redes sociales. Empecé a advertir sus carencias y me fijé en aquellos procesos para los cuales me habían sido útiles. Pensé en la familia.
Pensé en la soledad.
Yo, que me había creído tan revolucionaria, empecé a pensar que igual, en vez de eso, me estaba quedando sola.
Pero tenía un móvil. Tendré que hacer algo con eso.
Las redes afectivas que estaba creando,¿eran lo suficientemente fuertes como para respaldarme, sostenerme y sustituir los modelos tradicionales?
¿Qué te viene a la cabeza cuando alguien te habla sobre vincular a través de lo digital? ¿Catfish? ¿Fortnite? ¿Fotolog, wapa o tinder?
A mí me vienen a la cabeza las comunidades kpopersde twitter, los audios de sonido ambiente que manda mi abuela al grupo de whatsapp familiar, los conciertos que me perdería si no se publicitaran en instagram, les amigues que tengo ahora y conocí antes en telegram que en cuerpo, las publicaciones que hago en facebook a propósito para que “ya no me haga falta” salir del armario con mis tías.
Creía que viviríamos un futuro digital postpunk y degenerado aunque posiblemente dicotómico y binarista. Mis amigas y yo ataviadas con mucho látex y ojos biónicos luchando contra engendros malignos con la cabeza de Trump y el cuerpo del Robot Emilio.
Y resulta que no. Resulta que la era post-internet era en realidad tu vecina enviando a sus amigas un PDF de la revista Lecturas todos los miércoles.
Era tu sobrina teniendo que explicarle por tercera vez a un compañero de clase insoportable que no tiene nada que ver que tenga menos seguidores, “es que de verdad no me gustas”.
Eras tú volviendo a los emoticonos formados por signos ortográficos porque estás tan saturada de información que solo puedes comunicar la complejidad de tus emociones a través de lo simple.
En este contexto, elijo ser optimista y pienso que soy privilegiada por tener a mi disposición ciertas herramientas que, sin olvidar que pueden ser armas de doble filo, me han sido de gran utilidad
por ejemplo
para
////convivir con mi identidad gorda y politizarla ////conocer personas increíbles ////lidiar con personas horribles ////darme cuenta de que puedo no solo defender sino celebrar mi identidad (bi)////reírme mucho
Y me gustaría detenerme aquí para escribir un poco más sobre lo importante que es para mí celebrar mi identidad (bi) y reírme mucho.
A veces internet me hace sentir que abro las puertas de una súper ciberfiesta cuir. Y puede parecer superfluo, pero esto a mí me da pila para poder con todo lo demás. Ternura y alegría subversivas con el potencial de crear y reforzar comunidades que luchan. Así duele menos salir a pelear.
Por eso adoro el contenido que crean personas icónicas como Samantha Hudson. ¿Desde cuándo disidencia, autodefensa, acción contestataria y antisistema son conceptos enfrentados con un poco de jaleo?
La segunda parte, lo de reírse, para mí está materializado en los memes. A los memes les debo gran parte de mi vida social y mi capacidad comunicativa. Siempre digo y no miento, que si pudiese instalarme una pantalla en la frente o en la tripa para emitir memes en vez de hablar y así ser una especie de post-teletubbie hipercomunicativo salido de Years and Years, lo haría sin dudarlo.
Las redes sociales me sirven para acortar distancias, seguir construyendo puentes o evitar derribar los que ya estaban ahí cuando mis propias energías flaquean. Así que las he utilizado con el mismo fin cuando no acuerparse era más una imposición externa que una necesidad personal.
¿Han aprovechado las instituciones la pandemia para desmantelar estas redes en proceso de gestación?
Mientras estaba inmersa en todos esos espacios virtuales más o menos interactivos en los que se nos permitía aún ser, fuera había quien podía seguir con sus quehaceres.
En el contexto de la covid muchas instituciones aprovecharon el abandono forzado del espacio público para intentar desmantelar parte del tejido vecinal que trabaja de forma autogestionada como agente de transformación social.
Con la realidad delante de mis narices, viendo cómo la crisis pandémica ponía en evidencia todas las carencias del sistema que habitamos, estaba presenciando cómo desaparecían muchos de los espacios físicos que sostenían mis redes y habían sido fruto de mucho esfuerzo. ¿Cómo no iba esto a agotar mentalmente y mermar mis ganas? ¿Y para qué sirvo yo entonces, tan agotada? ¿A quién beneficia que esté así?
¿Qué podía sacarme de ese agotamiento? Una videollamada o un meme de mis amigas. Seguir estando en contacto con las personas que días antes había visto en asambleas, en mi barrio o en los bares. Incluso descubrir personas nuevas con las que me imaginaba en esos escenarios. Entrar en twittery ver cómo en el barrio de mi madre muchas vecinas seguían organizándose y tranquilizarme un poco.
Pese a todo internet seguía siendo una herramienta útil para promover la gestación y fortalecimiento de comunidades disidentes. Pude imaginar una realidad distinta. Un ápice de esperanza. A diferencia de los futuros posibles que plantean la mayoría de distopías futuristas hollywoodienses que conozco, cristalizaba en mi mente la idea de que el sistema socioeconómico al que sobrevivo tiene algún tipo de alternativa.
////Saber que aún había fuerzas. Que aún había entusiasmo.
////Seguir
en
contacto.
¿Hasta dónde puedo llegar?
El tiempo muerto y la “comodidad de mi cuarto” fueron una conjunción perfecta para adquirir mayor seguridad de la que suelo tener. Y, por primera vez, intenté desarrollar mi potencial creativo dentro y fuera del espacio digital. Por supuesto que no fui la única. Experimenté. Visualicé mis posibilidades. Probé herramientas. Intenté canalizar lo que sentía y comunicarlo. Y fue nueva la sensación de quedarme a mitad de camino y que me diese un poco igual. Escrito parece un viaje cósmico, pero en mi cabeza se parece más a jugar un Twister o que te regalen un microscopio cuando tienes siete años. Las expectativas no son más que pasar el tiempo, aprender y sobre todo jugar.
Lo digo yo, que tardo eones en elegir qué sticker enviar. Como si fuera tan importante. Como si hasta en eso se pudiese fracasar. No quiero idealizar las redes sociales ni dulcificar la permanente y exagerada autovigilancia a la que nos sometemos a nosotras mismas con el pretexto de utilizarlas. Presto mucha atención a cómo afecta esto a mi autoestima y autopercepción. Pero sí pretendo remarcar el potencial transformador que tienen cuando a través de ellas nos pensamos, nos escuchamos, nos exploramos y crecemos en el viaje que supone la construcción consciente de nuestra propia identidad más allá –que no fuera de– nuestros cuerpos.
¿Las redes sociales son
una esfera hueca?
Mientras escribía este texto leía sobre la gravedad. Sobre las esferas huecas y cómo crean campos gravitatorios siempre menores y más inestables que los objetos macizos. Leía todo esto con la limitada capacidad de concentración que tengo ahora, tras seis años trabajando más con los ojos y las manos que con las neuronas y separada de cualquier ámbito académico. ¿Nuestras redes afectivas creadas online orbitan entorno a esferas huecas o macizas? ¿Son las relaciones que establecemos a través de lo virtual más o menos estables? Abrí whatsapp web. Hablé un rato con mis amigas. Miré un poco instagram y leí las respuestas a las historias que había publicado contando lo que me estaba costando escribir. Sobre el gran poder procrastinador de las redes sociales no hace falta debatir demasiado.
Entonces vi que las personas que estaban ahí, encontrándose conmigo en mi espacio digital, son a su manera parte de las vigas que me sostienen en este momento. No sé si voy a tenerlas siempre, si cambiarán los vínculos o pasarán las etapas. Si tal vez se cansen. Me cansen. Nos cansemos. Pero al final lo material tampoco permanece siempre, ¿por qué exigimos a lo virtual que lo haga para otorgarle cierta legitimidad? Me pregunté si la gravedad de un objeto varía con el tiempo.
Pensé también que, si no fuese por las redes sociales, jamás estaría escribiendo este texto. ¿Acaso no convierte esto a las redes sociales en un espacio seguro para mí, aunque sea solo en un hecho concreto, en un momento concreto y con una finalidad concreta? Internet como un espacio seguro que permite el ejercicio de la reflexión y el desarrollo del pensamiento ciudadano fuera de lo académico, como comentaron las compañeras de @lalaboratoria en sus jornadas de feminismo sindicalista.
Quizá por esta especie de valentía respaldada por la comodidad de los espacios privados desde los que creamos en red, quizá porque estamos ávidas de referentes e historias, quizá por el cambio de generaciones, quizá con pretensión de alejarnos de la cotidianidad... O por una mezcla de todos estos factores. Sea como fuere estamos exprimiendo sin descanso esta faceta de lo virtual y nos hemos convertido todes en creadores de contenido.
El conflicto ahora lo encuentro en cómo equilibrarnos, seguir compartiendo sin caer en la autoexplotación y sus consecuencias, las comparaciones y la sobreestimulación. Quizá el primer paso para ello pasa por lo que plantea Remedios Zafra: reapropiarnos de nuestro tiempo. Porque ya nos avisó Estopa, es eso siempre lo que nos falta.
Cuando lo virtual me atora.
Lo digital es a menudo para mí un instrumento de lucha y hermanamiento, es estimulante y catalizador de la introspección y el autoconocimiento y es antídoto contra la resignación ante un sistema que nos agota y nos acribilla. Es todo esto a nivel individual, mutable e intermitente. Y precisamente por este carácter individual y porque soy parte del engranaje de una estructura socioeconómica que no solo ha creado las herramientas de las que dispongo sino que además posee una gran capacidad para fagocitar las que crean otres, pienso que todo esto no es suficiente.
Por eso a veces se me activa la metralleta de las dudas.
¿Cómo construimos espacios seguros sin crear cámaras de eco? ¿Las redes sociales de verdad polarizan a la población? ¿Realmente me importa ser uno de esos polos? ¿Podemos llevar a cabo acciones con incidencia política a través de la redes sociales? ¿O los tejidos políticos y afectivos que estamos creando en ellas son demasiado endogámicos? ¿Cómo evitamos recibir y crear ruido en nuestras redes? ¿Funciona el efecto cóctel en redes o solo los algoritmos?
Es inevitable sentirte ridícula con tu móvil en la mano, su pantalla destrozada, pretendiendo con un meme tumbar las diferentes formas en las que opera la hegemonía cultural y las violencias que sostienen y perpetúan su influencia. Pero si algo me ha dado precisamente mi carta astral es que la rabia y el incendio siempre me hacen perder el sentido del ridículo, así que allá voy.
bottom of page